Anuario 2024 de Cotec
Innovación y democracia
“Lo clásico no existe solo abstractamente, en nuestra cabeza, en forma de idiomas complicados y textos metafísicos, tiene un número infinito de implicaciones concretas”.
uno a uno de las bibliotecas, la poesía sería reemplazada por el llanto silencioso. Una vez silenciado Homero, así como Virgilio, Cervantes, Shakespeare y todos los escritores posteriores que leyeron e interactuaron con el clásico, de repente el hombre se quedaría? sin voz y sin ideas. Este escenario de escombros mate- riales y de ruinas intelectuales nos asusta, ¿verdad? Sin humanidades, el hombre vivi- ría al margen de la civilización y de sí mismo. El primer objetivo de un sistema educativo es convertir a los estudiantes en constructores de mundos, no antiguos sino futuros. Al estudiar y disfrutar de la prodigiosa herencia humanista, tal vez no todos los jóve- nes se conviertan en arqueólogos o filólogos (a decir verdad, ¡conozco muy poca gente que tomó este camino!). Pero no hay duda de que, gracias al saber de los clásicos, cada alumno y alumna se metamorfoseará en un ciudadano consciente y libre, capaz de dar forma y, sobre todo, conciencia a su futuro. En segundo lugar, el hecho de que las humanidades sean útiles precisamente porque son inútiles por definición no signi- fica que no tengan aplicaciones prácticas. Lo clásico no existe solo abstracta- mente en nuestra cabeza, en forma de idio- mas complicados y textos metafísicos; al contrario, tiene un número infinito de impli- caciones concretas y tangibles que cada estudiante puede experimentar muy pronto.
Sí, pero ¿para qué sirven el griego y el latín? Todos me hacen la misma pre- gunta. Me gusta contestar a estos molestos censores de las humanidades recordán- doles que los que sirven para algo son los sirvientes (una vez más la etimología es la misma, el verbo latín servire , “servir”). Por otro lado, los estudiantes de un sistema democrático son jóvenes hombres y muje- res libres y, por lo tanto, no tienen intención de servir a nadie excepto a sus pasiones y sus sueños. La primera aplicación práctica de las humanidades tiene justamente que ver con la libertad. Sé que quizá no es lo pri- mero que viene a la mente al pensar en las reglas gramaticales del griego antiguo o en las bibliografías de los filósofos; yo también necesité años para darme cuenta de hasta qué punto las humanidades habían entre- nado mi capacidad de elegir y asumir la res- ponsabilidad de mis elecciones. Y ahora no podría estar más agradecida. En un mundo como el actual, en el que todo debe ser rápido, fácil y seguro, acercarse al texto de un escritor antiguo es, ante todo, una lección de humildad y de aceptación de las reglas del juego: no se puede controlar todo; nada o casi nada en la vida está garantizado ni facilitado, y nues- tro vivir toma la forma de todas las eleccio- nes que hemos tomado, o de aquellas a las que hemos renunciado.
Casi nunca hay una respuesta correcta e inequívoca cuando se trata de la cultura clásica, pero siempre existe una respuesta humana. Es formidable: cada vez que un estu- diante (y un adulto también, por supuesto) ejercita su capacidad de elegir con base en sus conocimientos y pensamientos, ya sean humildes o elevados, en realidad está entre- nando y fortaleciendo la parte más impor- tante de su facultad intelectual, el espíritu crítico, y esto es precisamente lo que sig- nifica etimológicamente la palabra criticar , es decir “saber elegir”, del griego antiguo κρίνω ( krin ō ). Al disfrutar de la libertad de elec- ción, todos podemos practicar la que me gusta llamar “la gramática clásica de la libertad”, un arte fundamental para tomar decisiones informadas y conscientes, una facultad que hoy más que nunca está en peligro de extinción si no se protege ade- cuadamente con reformas educativas a la altura del problema.
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