Anuario 2024 de Cotec

Quince visiones

Empleo

Manuel Pimentel

“¿Qué otra cosa hemos hecho desde la Revolución Industrial sino sustituir progresivamente el trabajo humano por el de las máquinas? Sin duda alguna, automatizaremos todo lo automatizable”.

D esde nuestros orígenes como especie, cabalgamos a lomos del potro —a veces manso, a veces desbocado— de la tecnología. Pero, con seguridad, jamás lo hicimos a la velocidad que imprime el ciclón digital que nos arrastra en la actualidad y que transforma en profundidad los cimientos de lo que hasta ahora conocimos. Tenemos la sensación de galopar en estampida hacia un futuro incierto, sabedores de que a estas alturas ya no podemos desca- balgarnos de los vientos de la historia. El imperativo tecnológico reina sobre nuestra voluntad y nuestro albedrío. En gran medida, será lo que tenga que ser, no lo que nosotros diseñemos ni pre- paremos. Descubrimos el camino a la vez que por vez primera lo hollamos. Caminante, no hay camino, se hace camino al andar, que cantó el poeta. Pues eso, la tormenta digital ya nos hurtó en gran medida el timón para marcar nuestro propio destino. Sin alterna- tiva real, nos abrazamos a la tecnología temerosos de quedarnos atrás. Siempre será mejor para nosotros, pensamos, lo por venir que el orillarnos en la melancolía y el olvido, desahuciados de los requerimientos del siglo. En efecto, lo digital llegó para cambiarlo todo. La economía, el empleo, el entretenimiento, la cultura, la forma de relacionarnos y, también, por supuesto, la política. Tratar de vislumbrar un futuro a largo plazo se nos antoja una simple quimera. Por eso, otearemos un horizonte más próximo, a lo sumo cinco o seis años por delante. ¿Cómo influirá la mutación digital en nuestra forma de trabajar? ¿Qué aspectos positivos y negativos conllevará esa radical trans- formación? ¿Viviremos mejor o peor? Si cambian la sociedad y el empleo, ¿cambiará también la forma en la que hacemos y partici- pamos en la política? ¿Seremos más o menos libres? La sociedad, la economía y el empleo evolucionan a mayor velocidad que las ins- tituciones democráticas que conocemos. ¿Son estas sostenibles? A buen seguro que tendrán que mutar al son de los tiempos. Pero ¿cómo? ¿Qué riesgos encierran los cambios por venir? Nosotros, repetimos, no diseñamos en el pasado el pre- sente que hoy habitamos. Tampoco tenemos capacidad de dise- ñar el futuro que conoceremos, pero, al menos, debemos tratar

de limitar algunos de los riesgos ciertos que oteamos en nuestro caminar. Nadie pudo intuir internet en las muchas películas de cien- cia ficción escritas por los guionistas más imaginativos, ni, mucho menos aún, nadie vislumbró la radical trascendencia de las redes sociales hasta que irrumpieron en nuestras vidas para modificar- las y exhibirlas. ¿Cómo hemos creado, entonces, la sociedad casi digital que habitamos? Pues ha llegado casi por sorpresa, nuestro papel se ha limitado a adaptarnos y a aprovechar —quienes han podido y sabido— las posibilidades que la transformación digital nos ofrece. Al final, ya sabemos por experiencia propia lo que ocu- rre y ocurrirá. Darwinianamente, sobrevivirá quien se adapte a los cambios acelerados y prosperará quien sepa explotar las oportu- nidades que en el camino surgirán. Y, hasta aquí, el desarrollo de una de las ideas fuerza del presente artículo: la tecnología nos hace y nada parará su fuerza transformadora. A partir de aquí, nos olvidamos de aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor y comenzamos a otear el hori- zonte con la curiosidad del sabio. Y lo haremos con una metodolo- gía simple y esquemática. Primero veremos las principales líneas de cambio, después los riesgos que encierran y, por último, algunas recomendaciones para tratar de minimizar los posibles daños y optimizar lo mucho de bueno que, sin duda alguna, también queda por venir. Durante los dos últimos siglos, las instituciones del trabajo evolucionaron hasta configurar el marco laboral que hoy cono- cemos, en plena transformación en la actualidad. Aparecieron el derecho del trabajo, los sindicatos, las patronales, la negociación colectiva, los derechos sociales y el largo rosario de normas y cos- tumbres que configuran el presente ecosistema laboral. Nuestro Estatuto de los Trabajadores tiene más de cuarenta años de anti- güedad, pero, a pesar de sus frecuentes reformas y contrarre- formas, apenas si ha cambiado en lo substancial. Las formas de empleo evolucionan a un ritmo superior al que lo hace el derecho del trabajo. Es normal —ocurre casi siempre— que la sociedad y la realidad avancen más rápido que las leyes. El derecho del trabajo

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