Quince visiones
Empleo
Manuel Pimentel
sigue pivotando sobre la idea de la ajenidad en la relación laboral, esto es, un trabajador se compromete a una jornada de trabajo bajo la dirección y el riesgo de la empresa. Es decir, en el fondo se trata de algo pare- cido a un alquiler de tiempo, de un número de horas distribuidas de determinada manera. Las nuevas fórmulas de empleo en la sociedad digital, como son, por ejem- plo, las del trabajo a distancia, por proyecto, flexible, colaborativo y demás novedades, superan esa visión ya estrecha del pasado. El mundo del trabajo digital no encuentra encaje fácil en un estatuto empeñado en no avanzar y, en cierta medida, en involución, pues las últimas reformas tienden a regre- sar al pasado. Un error que pagaremos en cantidad y calidad del empleo en nuestro país, que no alcanza todo su potencial por nuestra baja productividad y creciente, de nuevo, rigidez. Tanto el empleo como la democra- cia deben adaptarse a la nueva sociedad digital que conformamos, a pesar de sus incertidumbres y riesgos. Tanto las institu- ciones laborales como las políticas podrían verse desacreditadas si no comulgan con el tipo de sociedad que las sostiene y con- forma. Y la sociedad y la economía digital presentan una serie de dinámicas a estas alturas ya conocidas. Por ejemplo, la de la concentración de riqueza en las grandes tecnológicas. En efecto, la economía digi- tal, por cuestión de escala, tiende a bene- ficiar al triunfador y concentra en sus nive- les altos la mayor porción de la tarta de los beneficios, en perjuicio de las empresas más débiles. Así, las grandes tecnológicas son las grandes beneficiadas, por ahora, de la nueva sociedad, lo que conlleva el riesgo cierto de la concentración de riqueza, tanto en determinadas empresas multinacionales como en sus accionistas y directivos. Estos gigantes tecnológicos adquieren tal poder y capacidad de influencia que la autonomía nacional y la posibilidad real de decisión libre de nuestros Parlamentos se debilita en gran medida. Este riesgo cierto de acumu- lación de capital y poder en pocas manos limita la capacidad y calidad de nuestras democracias. Hablaremos a continuación de auto- matización y robotización. ¿Qué otra cosa
hemos hecho desde la Revolución Industrial sino sustituir progresivamente el trabajo humano por el de las máquinas? Sin duda alguna, automatizaremos todo lo automati- zable. Hasta ahora buscábamos cacharre- ría eficaz para la tarea encomendada. Las máquinas de vapor, al principio; la electrici- dad y la electrónica, después, dieron lugar a líneas robotizadas de producción. Si las primeras cosechadoras sustituyeron a la mucha mano de obra que precisaba la tarea de recolección, los robots industriales reali- zan la faena de manera mucho más precisa y rápida que la directa acción humana. Sin embargo, y a pesar de esa sustitución, el empleo total ha continuado creciendo. Hoy existe un mayor número de empleos que hace veinte, treinta o cuarenta años. Somos, en este sentido, tecnooptimistas; mueren empleos viejos, innecesarios, para dar lugar a nuevas actividades que requieren aún mayor número de puestos de trabajo, en general, más cualificados y cómodos. Pero, con la irrupción de la inteligen- cia artificial (IA) y los sistemas inteligentes, ya no nos enfrentamos a una simple roboti- zación instrumental que hace mejor y más rápido lo que nosotros hacíamos antes, sino que va a afectar a algo tan trascendente como la capacidad de decisión. En princi- pio —y debemos prepararnos para esto— decidirá con mejor criterio que el nuestro. La IA invadirá y conquistará terrenos hasta ahora exclusivamente humanos, lo que supone una radical novedad en la historia de nuestra propia evolución. Entramos en un campo de extrema transformación de lo hasta ahora conocido. Soy de los que creen que, en unas décadas, se producirá la singularidad —esto es, que la IA tome, de alguna manera, conciencia propia—, lo que significará que tendrá sus propios intere- ses, no necesariamente coincidentes con los nuestros. Pero como el foco de estas líneas se limita hasta finales de la presente década, podemos afirmar que, desde ya, la IA va a modificar profundamente la manera en la que organizamos el trabajo. Por ejemplo, las funciones de los man- dos intermedios, cuya función básica es controlar y reportar, van a ser sustituidas por sistemas inteligentes, que tomarán, directamente, las decisiones que les
corresponden. Las organizaciones, hasta ahora en forma de pirámide, se estrecharán en sus recorridos intermedios. La IA, literal- mente, tomará asiento en los consejos de administración y de dirección, ya que condi- cionará, o tomará directamente, decisiones importantes. ¿Qué riesgo conlleva la intro- ducción estructural de la IA? Pues más allá de la eliminación de funciones estructurales —no nos preocupa, surgirán otras nuevas—, el riesgo cierto es el sesgo en la toma de decisiones. De alguna manera, la organiza- ción se pone en manos del diseñador de los algoritmos, en una especie de externaliza- ción no del todo controlada. Atención, que esta delicada materia de sesgos y errores en la decisión nos ocupará mucho en el futuro. Otra cuestión vinculada a la toma de decisiones —desde las simples hasta las estratégicas— es la de la diferenciación. Es evidente que serán muy pocas las organiza- ciones que dispondrán de capacidad pro- pia para diseñar sus propios algoritmos, la mayoría tendrá que recurrir a la subcontra- tación o a la adquisición de paquetes exter- nos, paquetes que tenderán a responder de manera idéntica ante similares estímulos. Eso conduce a la uniformidad, reduce la bio- diversidad empresarial. Atención, también, a este asunto de la diferenciación, porque una vez que entreguemos nuestra organización a los sistemas IA, será muy complejo y cos- toso el recorrer el camino inverso. Otro riesgo cierto, en materia de recursos humanos, se presenta con el hecho de que la IA tiende a perseguir crite- rios de eficacia y eficiencia, obviando cues- tiones propias del factor humano, como liderazgos, dinámicas de grupo, motivacio- nes, filias y fobias y demás, lo que puede suponer una fuente de conflictos, desmoti- vación e ineficiencia. Pues bien, estos riesgos de la IA en la empresa y el empleo son extensibles a la democracia. Los riesgos relacionados con los sesgos, la diferenciación, la mani- pulación y el no entendimiento del factor humano se ciernen también sobre nuestra política. Repasemos sus pilares. La esen- cia democrática reside en el derecho de los ciudadanos para votar y elegir libremente a los que les gobernarán y promulgarán leyes.
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