Anuario 2024 de Cotec

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Innovación y democracia

Las democracias occidentales se basan en la separación de los tres poderes fundamentales, el legislativo, el ejecutivo y el judicial. Democracia y Estado de derecho caminan de la mano y conllevan el imperio de la ley, a la que quedan sometidos los restantes pode- res. Todas las leyes deben someterse a los principios que marca la constitución, la norma fundamental. Este es el andamiaje básico, la estructura fundamental, sobre la que se asientan las democracias parlamentarias tal y como hoy las conocemos. Las altas potencia- lidades digitales pueden incidir, manipular o condicionar cada uno de esos pilares democráticos. Veamos el caso de uno de esos pilares, el del voto. En Occidente, las democracias son representativas, es decir, se vota a quienes nos representan en los Parlamentos y promulgan las leyes. Normalmente los candidatos se presentan en listas de par- tidos políticos, que no dudarán en usar las capacidades digitales para conseguir los apoyos que precisan para alcanzar el poder. Los ciudadanos votamos a nuestros representantes, pero ¿lo haremos de manera más o menos libre que ahora? La IA, en función de sus criterios de programación, puede sesgar la orientación de lo que vemos en las redes sociales, la noticias, los imaginarios. La capaci- dad de manipulación de quien ostenta el poder de la comunicación digital se multiplicará por mil. De alguna manera, nuestra libertad se limita ante el omnímodo poder de la tecnología. Otra cuestión por abordar reside en el modo de votar. En teoría, podríamos ejercer el voto de manera digital, pero ¿quién se fiaría de los resultados? Por eso, es probable que el voto personal en una urna se prolongue más de lo que a día de hoy nos podemos figurar. No parece pru- dente, a corto plazo, encomendar a sistemas, en última instancia manipulables, el corazón de nuestra democracia, por más que el blockchain nos garantice cadenas seguras. El teletrabajo, tal y como hasta ahora lo hemos conocido y legislado, no supone una gran transformación en la manera de organizar el trabajo, ya que, simplemente, se ha enfocado y legis- lado como el hacer desde casa lo que ya se hacía desde la ofi- cina. Sin embargo, sí ha supuesto hondos cambios en la manera de convivir en el seno de la empresa, en los modos de gestión de personas, en el liderazgo de equipos, en la manera de transmitir y vivir los valores y la cultura de la empresa, en el mecanismo de formación de las incorporaciones y en los liderazgos. Riesgos y virtudes de un teletrabajo que llegó para que- darse, ya que facilita tareas, reduce costos y, bien enfocado, incre- menta la eficiencia, al tiempo que ahorra tiempos y consumos de desplazamiento y facilita la conciliación familiar. Por el contrario, complica la creación de una cultura compartida y del aprendizaje espontáneo. Por eso, lo ideal es que convivan el trabajo presencial con el teletrabajo. El exceso de trabajo a distancia debilita al grupo, la motivación compartida y la creación de la cultura corporativa. De

alguna manera nos aísla y nos hace más vulnerables a través de los medios de conexión digitales, con las consecuencias ya comenta- das de cara a nuestra calidad democrática. ¿Podrían sus señorías teletrabajar? ¿Podrían celebrarse los debates y las votaciones mediante videoconferencias en abierto? Poder, se podría hacer, sin duda alguna, como ya hemos compro- bado durante la pandemia. La prensa, las televisiones, las radios, demás medios de comunicación e interesados podrían seguir minuto a minuto las intervenciones de los participantes. Se perdería, eso sí, el espectáculo, las caras y los gestos de sus señorías desde el escaño, los corrillos, los encuentros informales entre la prensa y los diputados, pero, sobre todo, no se aportaría valor democrático alguno. Por eso, no merece la pena. Solo en casos excepcionales, epidemias, enfermedades o incapacidades puntuales de algún tipo se podrían justificar los debates y las votaciones a distancia. Entramos en un periodo de desglobalización y conflictos bélicos. Todo parece apuntar a que las tensiones geopolíticas irán en aumento y que los conflictos armados, que ya asolan varias geo- grafías, se extenderán a otras latitudes. Entramos en guerra, con todo lo que ello conlleva. A los efectos de este artículo, debemos resaltar la tendencia a relocalizar las actividades industriales y de servicios que se habían deslocalizado en Oriente, especialmente en China. También de la industria y la tecnología militar, en la que Occidente es puntera. Sin entrar en debates morales ni de denun- cia de los horrores de la guerra, a escala europea esta dinámica generará actividad y, en consecuencia, empleo, por lo menos a corto plazo. Otro asunto es quién cubrirá la demanda de nuevos puestos de trabajo vacantes. Salvo catástrofe financiera, oteamos años de dinamización laboral en toda Europa, con los problemas de adaptación tecnológica ya comentados y con las limitaciones que imponen la demografía, una baja natalidad y el envejecimiento. Si hay menos jóvenes, solo existen tres soluciones para producir lo que precisamos: automatizar todo lo automatizable, gestionar adecuadamente la inmigración y prolongar la vida laboral. La com- binación de estos factores ciertos tendrá consecuencias notables tanto en nuestras empresas como en nuestras democracias. Envejecemos, dado que la esperanza de vida crece mien- tras que la natalidad cae. La demografía condicionará en gran medida la vida interior de las empresas y de nuestra democracia. A buen seguro, se elevará la edad de jubilación, precisaremos ges- tionar una inmigración necesaria, se incrementarán las tensiones para cubrir determinados puestos de trabajo y, sin duda alguna, tendremos que aprender a gestionar la diversidad generacional en el seno de las organizaciones. La sociedad envejecida tenderá a arriesgar poco con su voto y a priorizar sus pensiones, lo que puede conducir a una paralización de los países occidentales.

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