Quince visiones
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Sara Degli-Esposti
La creación de grupos sociales a partir de criterios de distinción arbitrarios
“Los políticos saben que el conflicto y la personalización son técnicas narrativas que llaman la atención de los medios de comunicación. Por eso se centran en estos aspectos”.
E mpecemos por una simple observación: la sociedad está llena de criterios de distinción de todo tipo. Distinguimos a las personas con base en su forma de vestir, sus preferencias o creencias, es decir, su grado de ateísmo o religiosidad, progresismo o conserva- durismo, ecologismo o antropocentrismo, feminismo o machismo, independentismo o nacionalismo, etc. Los ideales y los valores de cada época reflejan estas distinciones. A lo largo de la vida, forma- mos nuestra propia identidad posicionándonos y sorteando estas dicotomías que encontramos ya presentes en la sociedad que nos rodea. Y podemos, además, contribuir a crear o afianzar antiguos o nuevos criterios. Gracias a la psicología social sabemos que en cualquier momento podemos generar un grupo social a partir de una dis- tinción arbitraria cualquiera que nos inventemos. La réplica de un experimento de campo muy conocido ¹ nos ayuda a entender lo fácil que es crear un grupo y generar, a partir de ahí, dinámicas de discriminación. El experimento propone dividir a los alumnos y las alumnas de una clase con base en si tienen ojos azules u ojos marrones. A partir de dicha distinción, los investigadores asignan premios y castigos, con el fin de aumentar el antagonismo y el conflicto entre los dos grupos, levantando barreras cada vez más impenetrables entre sus miembros. Suena extraño que una distinción inocua y sin sentido como el color de los ojos pueda luego usarse para generar antagonismo
entre los que forman parte de esos grupos. Sin embargo, la historia está llena de creencias que hoy en día consideraríamos ridículas, como, por ejemplo, que las personas zurdas tengan algo de diabó- lico. Las evidencias empíricas nos indican que no hay clasificación social que no conlleve algún criterio de valoración, y consecuente jerarquización, de lo clasificado. La paradoja es que los efectos de distinciones sumamente arbitrarias, y que percibimos inicialmente como inocuas, pueden generar formas de discriminación que no hubiéramos aceptado en un primer momento. Cuando reflexionamos sobre la insensa- tez de imponer, o sufrir, distintas formas de discriminación por razón de raza, género, orientación sexual o de otro tipo, lo primero que hacemos es cuestionar que la raza, el género o la orientación sexual sean criterios de distinción social válidos. Cuando creemos en lo que declara el artículo 14 de la Constitución española —que dice que “los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda pre- valecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”—, negamos la validez de esos criterios para distinguir y discriminar socialmente a otras personas. Deberíamos entonces preguntarnos si, a pesar de intentar progresar al pasar de una época a otra, seguimos discriminando a otras personas con base en criterios de distinción que se establecieron en épocas cuyos valores ya no compartimos.
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