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EN EL CAMINO

El retrato de mi madre, hecho con amor y con Alzheimer: Nicolás Shi POR GREGO PINEDA

natural –se justificó con arrobo– tuve un embate emocional muy fuerte y sentí la necesidad de canalizar la gama de emociones que me ahogaban. Y concebí el retrato de mi madre como cualquier otro cuadro que he pintado; sin embargo, esta vez era diferente: Muy difer - ente. Y diseñé el retrato para ser pintado en una gama de colores que se diluyeran en 12 tonalidades. Y hacerlo en múltiples, más de mil, pequeños cuadros de metal imantado que pudieran ser unidos como rompecabezas y formar el retrato de mi madre». «Esta técnica era complicada y compendiosa porque me obligaba a pintar y numerar cada uno de los 2,878 pequeño s cuadros, pero era la única manera de entender los últimos años de vida de mi madre y de su partida física definitiva. Como ya te dije, su vida se fue des - dibujando en su memoria. Poco a poco mi madre perdió el recuento de su vida. Y llegó a un punto cero. Y yo viví eso y la impotencia ante la vida y el deslave de la memoria de mi madre, hizo que concibiera su retrato como algo que, una vez hecho, se pudiera deshacer, poco a poco, cuadro por cuadro, para que no quedara nada, como nada quedó en la mente de m i madre». «Por eso este retrato tiene varias características: armado y tal como lo ves, tiene color y vida, pero si apagas la luz y se mira en penumbras la perspectiva cambia y el aprecio del cuadro se vuelve en blanco y negro. Y luego, si se remueven, uno por uno, los cuadritos pintados a mano y que lo conforman, se puede vivir lo que ella vivenció: des - dibujarse su vida sin que se diera cuenta. Centímetro a centímetro de este cuadro se remueven años de vivencia de mi madre. Y si remueves todos, no queda nada. Todo esto me ha hecho meditar mucho y conce- bir la vida de manera distinta». Sé que el lector podrá comprender la intensidad de lo que Nicolás compartió y podrá entender que ya no pude pensar ni escribir la en - trevista que llegué hacer. Eso queda para otra entrega. Fue suficiente captar el mito de Sísifo en su afán de pintar y despintar el retrato de su madre Sofía Quan de Shi a través de pequeños cuadros imantados. La vida no es un gran cuadro, es la sumatoria de muchos cuadros, pequeños, como las pequeñeces de la vida. Y hoy quedamos convida - dos por el talento y creatividad de Shi a meditar en ello. Grego Pineda, salvadoreño-estadounidense, escritor, Magíster en Literatura Hispanoamericana.

La candidez y nobleza del famoso pintor salvadoreño-estadoun - idense Nicolás Shi, una vez más, me rindió. Pero esta vez me causó una inesperada emboscada – terminología bélica que prima en mi generación salvadoreña– y fue sin intención de su parte. Resulta que yo había visitado su estudio situado en el corazón de Washington D. C., para conocer sus últimos logros pictóricos, inquietudes estéticas y constatar sus respetabilísimas y envidiables posturas éticas. El encuentro fue cálido, a pesar de tener 7 años de ausencia, con pandemia de por medio, y después de responder a mis interrogantes y contarme sus descubrimientos y experiencias personales vividas durante la pandemia y de cómo salió avante de tal flagelo junto a su pareja Frank Blackburn, llegamos a un punto de la conversación que permitía temas ajenos a mi trabajo de periodista cultural y su compro- miso de responderme. De pronto, en una pared al lado de la sala donde conversábamos en su estudio, advertí una pintura grande, donde pude reconocer los rasgos de su madre y por eso le pregunté, como quien quiere entrar a temas más íntimos, menos formales, como una muestra de amistad personal y le dije: «Ella es tu madre, ¿verdad?». Sí, me respondió.

En mi avanzada de confianza le interrogué: «¿Vive ella?». No, me respondió con serenidad. Y luego, con licencia de la amistad le dije: «¡Ah!, lo siento, ella sufría de Alzheimer ¿verdad?» Sí, me respondió Nicolás Shi, con un dejo de profunda soledad. Y ese cambio de tono en su voz me activó mi diafragma sensible y me sentí culpable de haberle preguntado. Traté de salir del embrollo sentimental y mi intento fue peor porque ni imaginé cómo me afectaría su respuesta, cuando le so - licité: «Háblame del cuadro, dime cómo y porqué lo hiciste». «Mira –me dijo– yo viví parte de la enfermedad de mi madre y las últimas veces que la visité en El Salvador, ella ya no me reconocía y cuando conversaba era una mujer sin tiempo, es decir, me hablaba de su infancia como si en ese momento la estuviera viviendo. Y hablaba una niña con toda y su memoria, pero ya no mi madre. Entonces eran momentos dolorosos pues tenías a una niña que necesitaba protección como yo alguna vez lo necesité, pero esta vez era mi madre. Era angus - tiante, triste, doloroso y profundamente eterno». Noté que la conversación y el encuentro había llegado a un punto sin retorno y me culpé por eso. Entonces, azorado, le dije: «Nicolás, enfócate en el cuadro, dime como fue el proceso y que sientes hoy al ver el resultado». Y su respuesta me ha trastocado desde ese día, como hijo, como artista, como ser humano, como padre y como amigo indi- visible de Nicolás Shi. «Cuando murió mi madre –comenzó trémulo Shi– y como es

Pintor Nicolás Shi

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