INFORME 2023 MERITOCRACIA Y EDUCACIÓN
En las últimas décadas, la mayoría de los países desarrollados ha experimentado una creciente desigualdad de ingresos que plantea interrogantes sobre la meritocracia y la movili- dad social. Al mismo tiempo que las desigual- dades han aumentado, el ideal de que el éxito económico y social se basa únicamente en los logros y méritos personales ha ido, lentamente, desvaneciéndose. Pocas personas se oponen a la idea de que las recompensas económicas y sociales se encuentran mejor repartidas si atendemos al esfuerzo y al mérito, en lugar de a la cuna y a la herencia (Castillo et al., 2021). Sin embargo, muchos perciben que la meri- tocracia no opera (ni quizás nunca lo hizo) de esta manera (Markovits, 2019; Sandel, 2020; Barragué et al., 2022). Tras este desencanto se encuentra la aparente ineficacia de las políticas meritocráticas para abordar la falta de movili- dad social (Arrow et al., 2000). Las economías modernas han sido incapaces de distribuir las ganancias del crecimiento económico de manera equitativa entre los distintos miembros de la sociedad (Blanchet et al., 2022). Dicho aumento de las disparidades económicas se siente cada vez más intolerable porque perjudica de manera sistemática a las clases medias y trabajadoras (Rodrik, 2021). Es por esto que la idea meritocrática de igualdad de oportunidades choca con la realidad de una movilidad intergeneracional limitada (Chetty et al., 2014; Soria-Espín, 2022). Este creciente resentimiento hacia la concepción actual de la meritocracia nos plantea algunas preguntas importantes: ¿Se está recompensando real- mente el mérito o se trata simplemente una
nueva forma de privilegio? ¿Hasta qué punto las políticas públicas actuales promueven real- mente la igualdad de oportunidades? En el núcleo de estas cuestiones se encuentra el papel que juega la educación como uno de los pilares de la meritocracia. La transforma- ción educativa ocurrida a lo largo del siglo XX mediante la universalización de la educación primaria y secundaria, así como la democra- tización de la formación universitaria, marcó un avance fundamental para la difusión de oportunidades en la población. Como resul- tado, la capacidad de ascender socialmente depende en la actualidad considerablemente de las competencias adquiridas mediante la educación (Gunderson & Oreopolous, 2020; Dodin et al., 2022). Desde esta perspectiva, parece incontestable que el sistema educativo ha sido un instrumento igualador fundamental para mitigar la desproporcionada importan- cia de los privilegios de cuna y promover una distribución de oportunidades basada (al me- nos parcialmente) en el mérito. Sin embargo, esta creciente relevancia de la educación en las sociedades contemporáneas implica que también puede perpetuar las desigualdades económicas en lugar de combatirlas (Blanden et al., 2022). Cuando el aprendizaje y las opor- tunidades educativas se reparten en función de la renta familiar u otras circunstancias, los sistemas educativos contemporáneos pueden limitar la movilidad social de los que provienen de entornos más desfavorecidos. Por lo tanto, comprender cómo los sistemas educativos contemporáneos compensan las desventajas
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