Los artífices: dos siglos de educación en México

En opinión de Justo Sierra, Ramírez era un extraordinario maes- tro. Comenzó por abolir el pase de lista, el cual consideraba una prácti- ca pedante; él “fumaba su cigarro con la satisfacción de hallarse entre un grupo de amigos”. Asimismo, “propagó en México la separación de la Iglesia y el Estado, la supresión de los privilegios eclesiásticos y mili- tares; la libertad de la prensa y del sufragio, y la educación laica”. Era –enfatizaba– “el impulso palpitante del ideal mexicano de rebelión mo- ral; rebelión contra la fórmula colonial; rencor contra España y contra la Iglesia católica, y amor a los indios y al pueblo”. Santa Anna lo metió a la cárcel. Comonfort lo volvió a encarcelar. Escapó y de nuevo cayó preso, ahora en Tlatelolco. Ya libre, Juárez lo nombró ministro de Justicia e Instrucción Pública y de Fomento, cargo durante el cual innovó en los planes de estudio y fundó la Biblioteca Nacional. En 1856 y 1857 formó parte del Congreso Constituyente, en el que –se dice– fue el más notable orador. Domingo Tirado Benedí afirma que Ramírez organizó su plan de estudios en tres partes: a) ejercicios gimnásticos y lenguas vivas; b) músi - ca, lectura, escritura, notación musical y hechos históricos, y c) ciencias (historia natural, física y química). Sus escritos pedagógicos promueven la inclusión en los programas de lo necesario excluyendo lo superfluo, en contra de la práctica de enseñar cosas sin sentido a los niños, y se ocupan del origen del conocimiento; de la extensión de la educación a todas las clases sociales, principal- mente a los artesanos y trabajadores; de la educación

de los indígenas en su propia len- gua, así como de la educación de la mujer.

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