Estefanía Castañeda Núñez de Cáceres (1872-1937)
Para conocer y saber de la naturaleza del niño, solo hay un libro, un libro viviente: el niño mismo.
“¡ T éfana!”, respondió una niña de la escuela de párvulos cuando le preguntaron quién era su maestra preferida; se refería a Es- tefanía Castañeda. En el kínder, las maestras suelen ganarse el cariño sincero con la atención que dan a la primera formación. Qui- zá el primer día de clases, al ver a nuestros padres alejarse, no sabemos aún que ahí son prioritarios nuestros intereses, inquietudes y emocio - nes, además de que, guiados por las educadoras, nos encontraremos con los primeros conocimientos, entre otros, sobre la naturaleza y su cuidado, y nos descubriremos autónomos, por ejemplo, para regular nuestra conducta en favor de la sana convivencia. Es anacrónico hablar de la educación pre-
escolar en la última década del siglo XIX , ya que no era oficial. A los niños que aún no tenían edad para acudir a la primaria se les reunía en las escuelas infantiles instaladas en el domici- lio de alguna familia. En ese contexto y con el fin de dar a conocer los postulados de Federico Froebel y Enrique Pestalozzi, Estefanía Castañeda abrió en 1896 la pri-
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