Es el maestro quien debe inculcar el conocimiento, pues solo su palabra insinuante y expresiva, penetrando hasta el alma del niño, puede dar forma y vida a las nociones más complejas o abstractas; es el único que, adaptando su lenguaje a la inteligencia de los discípulos, hace clara y vigorosa la idea. Pero una vez adquirido por el alumno el conocimiento, precisa que este se grabe en su memoria, y no es fácil que con la sola exposición del maestro quede indeleble. Entonces viene el libro, precioso auxiliar que, a pesar de su lenguaje lacónico y frío, está presto a repetir las verdades enseñadas cuantas veces sea necesario.
Así expresa el educador el fortísimo vínculo de los dos polos a los que dedicó su labor profesional: maestros y libros de texto, siempre con miras a la transformación de la sociedad.
El porfiriato fue una época de claroscuros. En el ámbito educativo, se planteó la alfabetización de toda la población, pero la meta nunca se alcanzó. No obstante, este ideal de - mocratizador y universal de la educación permitió sentar las bases para el modelo educativo que se instauraría después de la Revolución.
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