la deuda: un hidalgo no podía mancharse las manos de ignominia. Cambió el dere- cho por las letras y los tribunales por las aulas. Dos. Durante su labor docente re-
levó a Rafael Delgado como profesor de Latín y en 1906 ganó el concurso para sustituir a un maestro nayarita. Se trataba, ni más ni menos, de Amado Nervo. Consiguió una plaza docente que conser- varía durante medio siglo. Así, nunca más tendría “ni espe- ranza fallida, / ni trabajos injustos, / ni pena inmerecida”. Tres. Participó en tertulias en las que conoció a Luis G. Urbina, Ri- cardo Castro y Justo Sierra. Algo habrá aprendido en esas noches de vino y poesía, de pensamiento y creatividad. Comenzó a vestirse de modo es- trafalario: se dejó una barba blanca, como un jardín donde los senderos se bifurcan, y usó bombín. Eran los años veinte del siglo pasado. Castellanos Quinto impartió Literatura Española en la Escuela Na-
cional Preparatoria y Literatura Castellana en la Facultad de Filosofía y Letras. Sus biógrafos, es decir, sus alumnos, comentan que fue un lector voraz que se hizo amigo de los pobres y de los perros callejeros. Sus clases eran espectaculares cuando explicaba la Iliada , la Odisea y la Divina comedia , y son notables, aseguran, sus conferencias acerca del Quijote . Publicó Del fondo del abra (1919) y el libro póstumo Poesía inédita (1962).
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