Los artífices: dos siglos de educación en México

En los años veinte del siglo XX, la Ciudad de México lucía vacía en las noches. Apenas la habitaba un millón de personas. El muralismo mexicano estaba en su esplendor. La intolerancia de Plutarco Elías Calles y el fanatismo de la Iglesia ca - tólica llevaron a nuestro país a una guerra que duró tres años.

Era tan comprometido con su cátedra que incluso durante la Decena Trágica asistía a clases. Iniciaba preguntando a sus alumnos quiénes eran poetas o escritores. “Beethoven no comenzó escribiendo la Novena ”, les decía. “Luego venían las escenas y los parlamentos de los clásicos: un delirio de Virgilio, Cervantes y Dante”, comenta Miguel Án- gel Cevallos. Para Ricardo Garibay, ese hombre de cabello largo y cano tenía gran pa- ciencia y humildad cuando les enseñaba a leer el Quijote . Y es que él mismo era un Quijote y los gigantes con los que pelea- ba eran los molinos de la ignorancia. El caballero Castellanos amaba a los perros, a quienes invitaba a comer; amaba a sus alumnos, a quienes brindaba la ilusión de la lectura. Todos ellos, perros y alumnos, lo rodeaban en la calle y lo

acompañaban a su casa. De acuerdo con Salvador Novo, Erasmo Cas- tellanos Quinto sacrificó su vocación de poeta por el deber generoso de dotar a los jóvenes del conoci- miento, aprecio y disfrute de la literatura.

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