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que significa que el analista y el analizado se hallan en un impase , pero también una creación nueva . La estructura del campo “está constituida por la interacción de los procesos de identificación proyectiva e introyectiva y de las contraidentificaciones que actúan con sus límites, funciones y características distintas dentro del analizado y del analista” (ibid., p. 809). En Brasil, Roosevelt Cassorla (2013) desarrolló la noción contemporánea del enactment agudo y crónico , que surge como una descarga conductual entre la pareja analítica e invade el campo analítico , reflejando las situaciones en que quedó dañada la simbolización verbal. Estas reflexiones latinoamericanas recientes sobre la contratransferencia se han arraigado en la obra y tradición de los Barangers y Bleger (1967), que se desarrollaron al mismo tiempo con interacciones recíprocas con Racker (1968) y Grinberg (1968), a menudo con énfasis lacanianos (de Bernardi, 2000; Cassorla, 2013). La teoría del campo analítico también ha sido desarrollada y ampliada en Europa y en América del Norte. Stern (1997), en los Estados Unidos, ha presentado un nuevo planteamiento de la teoría de campo desde la perspectiva interpersonal . Uno de los principales representantes de la teoría de campo en Europa es Ferro, quien ha combinado la teoría de campo con la perspectiva bioniana . En la obra de Ferro y Basile (Ferro y Basile, 2008) el campo se entiende como un punto de encuentro de los múltiples personajes del paciente y el analista con vida propia, como si estuvieran en un escenario. Estos autores se centran en la narración de los mundos que emergen en cada sesión analítica. Distinguen una serie de niveles de contratransferencia . “Las distinciones se basan en las modalidades que presenta el campo y se utilizan para modular las tensiones en él” (Ferro y Basile, 2008, p. 3). Postulan que las transformaciones de los personajes en las narraciones de la sesión equivalen a “ las transformaciones en el campo analítico . La exploración de estos vínculos dilucida el cierre y la apertura de un ‘canal’ entre las identificaciones proyectivas (del paciente) y la ensoñación (del analista)” (ibid., p. 3). Ferro (2009) y Civitarese (Civitarese, 2008; Ferro y Civitarese, 2013) destacan el uso de la mente y el cuerpo del analista en estado de ensoñación, para guiar los procesos inconscientes del paciente y los que surgen entre el analista y el analizado. Esta perspectiva tiene mucho en común con la noción de las interacciones co- construidas del analista norteamericano Thomas Ogden (1994a, b, 1995), que también tiene influencias kleinianas. Según Ogden, los enfoques intra-psíquicos de la transferencia y la contratransferencia no sólo deben complementarse con el cuadro intersubjetivo de una matriz de transferencia-contratransferencia , sino que también deben considerarse como una dialéctica que conduce a un “ tercero analítico (intersubjetivo) ”, una subjetividad nueva y evolutiva , que consta (como el campo) de algo más que la suma de sus partes. Asimismo, Green (1973/1999, 2002) combina lo intrapsíquico con lo intersubjetivo dentro del marco psicoanalítico, siguiendo el trabajo sobre el espacio potencial de Winnicott, y define otra formación en el área de los procesos terciarios. Su interpretación es que el “objeto analítico” (el objeto de análisis y en análisis) es el
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