Diccionario enciclopédico de psicoanálisis de la API

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primera infancia producen un daño neurobiológico en el sistema límbico que incluye la corteza orbitofrontal: esto puede causar que el niño desarrolle una serie de problemas cognitivos, emocionales y conductuales, complicando su adaptación a la adolescencia y adultez. La corteza orbitofrontal es fundamental para la estructuración del mapa cognitivo-afectivo y relacional. Es también en esta área donde se registran las primeras experiencias relacionadas con el apego y los recuerdos emocionales (Segal, 1999; Balbernie, 2001; Bettmann et al., 2011). El mensaje clave de los estudios neurocientíficos del desarrollo cerebral es que “las relaciones humanas dan forma a las relaciones neuronales de las que surge la mente” (Seigal, 1999, p. 2). Durante los tres primeros años de vida, se activan tres circuitos cortico-límbicos esenciales para la autorregulación del afecto. Estos circuitos se configuran gracias a la interacción del niño con sus cuidadores y proporcionan una plataforma para experimentar y gestionar emociones futuras significativas. En este sentido, Schore (2003, 2007) también estudió la correlación neurobiológica de los primeros síntomas de la disociación entre los lactantes, en quienes observó una coincidencia con la estructura rítmica de los estados desregulados de la madre por hiperexcitación o por hipoexcitación disociativa. Según el lenguaje de la teoría del apego, las transacciones de apego se imprimen en la memoria implícita-procedural gracias a la amígdala (no al hipocampo, implicado en la represión y la simbolización inconsciente, inmaduro, durante el primer año de vida), formando así “modelos de trabajo” duraderos con patrones de respuesta codificados y conductas adaptativas que regulan el afecto ante el desafío ambiental (Schore, 2000, p. 35). Cuando se activan, la memoria procedural genera una anticipación inconsciente del futuro estado mental. Según Seigal, esto resulta particularmente útil para entender el trauma infantil, puesto que “experiencias repetidas de pánico y miedo pueden arraigarse dentro de los circuitos del cerebro y transformarse en estados mentales. Con episodios crónicos, estos estados pueden activarse más rápidamente (recuperarse) en los rasgos futuros (y así llegar a ser) característicos del individuo” (Seigal, 1999, p. 33). La sinaptogénesis y la mielinización axonal continúan operando en la corteza orbitofrontal hasta bien entrado el segundo año de vida. Después del ápice de la neuroplasticidad del aprendizaje emocional ligado a la experiencia, los “modelos de trabajo” de las relaciones tienden a conservar su carácter. Sin embargo, el córtex orbitofrontal tiende a guardar un grado de neuroplasticidad notable a lo largo de la vida y es posible que gracias a esta plasticidad la terapia psicoanalítica pueda provocar un impacto neurobiológico: “La psicoterapia intensiva puede entenderse como una reconstrucción a largo plazo de los recuerdos y respuestas emocionales que se han arraigado al sistema límbico” (Andreasen, 2001, p. 331). El debate sobre la naturaleza dinámica de las primeras impresiones implícitas no reprimidas sigue siendo un tema controvertido con implicaciones sobre el trabajo clínico. Otra perspectiva (Clyman, 1991; Fonagy, 1999; BCPSG, 2007) entiende las primeras impresiones como codificaciones procedurales cognitivas del “yo-con-lo- otro”, comparadas al andar en bicicleta. En términos estrictamente procedurales, se produce una reconstrucción de la transferencia, debido a que algún indicio surgido en

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