Diccionario enciclopédico de psicoanálisis de la API

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reconfortante en su fijación, como la imagen en el espejo: el yo está en un espacio cerrado e incrustado entre el espacio del ello, siempre listo para invadirlo, y el espacio exterior, siempre marcado por el superyó, que el yo debe enfrentar: el sí mismo no es el impulso vital, sino un espacio psíquico que representa la vida. El sí mismo está en un espacio abierto por los dos lados, por decirlo de alguna manera: al entorno que primero lo alimenta, y que, a su vez, crea” (Pontalis, 1977/1980, p. 178). Retomando la idea de Winnicott de que el sí mismo es el guardián del sentimiento de existir, Pontalis concluye: “Ser alguien que vive es una tarea que ya realizada, programada para el organismo animal, pero siempre inventada por el hombre” (Pontalis 1977/1980, p. 178). Enfatiza, por tanto, la propiedad de autoinvención del sí mismo. Judith Gammelgaard En su artículo sobre el tema, “Yo, Sí mismo y Alteridad” (Gammelgaard, 2003), Gammelgaard sintetiza la filosofía francesa de Ricouer (1992) con la tradición psicoanalítica francesa de Laplanche (1992), Green (2000) y Piera Aulagnier (1975), junto con la noción del espacio transicional de Winnicott (1971), con el fin de actualizar la conceptualización contradictoria y ambigua de Freud del “yo” descentrado, que comprende el yo, el sí mismo y la alteridad. Sitúa al sí mismo en el área intermedia de la experiencia, siguiendo el énfasis de Winnicott en la diferencia que hay entre relacionarse con el objeto y usar el objeto. Winnicott (1971) explica que pasar de relacionarse con el objeto a usar el objeto conlleva que: (a) el sujeto destruya fantasmáticamente el objeto, y (b) que el objeto sobreviva la destrucción fantasmática con el fin de adquirir su propia autonomía. Si sobrevive, según Gammelgaard, el objeto podrá percibirse y concebirse como el otro, lo que conduce a la aparición de una percepción rudimentaria del “I”, “me” (del inglés), que es, a su vez, la primera representación de la idea del “I”, con el “me” adentro. Estas primeras representaciones corresponden al pictograma de Aulagnier (1975), que puede preceder a la formación de la fantasía primaria, pero que no se encuentra fuera de la esfera de representación. El pictograma es la primera representación que produce la primera actividad psíquica, que refleja tanto la actividad como la activación y, lo más importante, abarca el otro. Aquí Gammelgaard vuelve a situarse en el terreno del psicoanálisis francés: el pictograma como una ilusión que pertenece al “I” o al “me” y que existe en la psique como un “mensaje enigmático” nunca entendido del otro (Laplanche, 1997; Gammelgaard, 2003, p. 107).

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