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como para tener recuerdos episódicos integrados. Esto comporta un mayor nivel de sofisticación para organizar experiencias futuras, ya que el bebé es capaz de discernir objetos discretos e invariantes de estímulos sensoriales intermodales y utilizarlos para llegar a generalizaciones sobre lo que él/ella puede esperar en el futuro de su entorno. En este proceso, el bebé también se da cuenta de sus propias características (“invariantes del sí mismo”), que le dan su sentido nuclear del sí mismo como una entidad distinta de los objetos de su entorno. El bebé también desarrolla representaciones generalizadas de sus interacciones con su cuidador principal durante este tiempo, un concepto relacionado e informado por la teoría del apego. Un papel importante del cuidador en esta etapa es ayudar al bebé a regular sus afectos. Finalmente, si todo va bien, el bebé internalizará estas experiencias con la figura principal del apego, lo que le permitirá ayudarse a sí mismo en la autorregulación de los afectos. En torno a los siete meses, el bebé empieza a darse cuenta de que sus pensamientos y experiencias son distintos de los de otras personas, es decir, que existe una brecha entre su realidad subjetiva y la de otras personas. Sin embargo, si la figura principal del apego demuestra una sensibilidad adecuada, el bebé también se da cuenta de que esta brecha se puede cerrar con las experiencias intersubjetivas, como compartir el afecto y el foco de atención, mientras se desarrolla el sentido del sí mismo subjetivo. Una falta de sensibilidad, como podría suceder, por ejemplo, si la madre sufre de depresión, puede privar al bebé de tener suficientes experiencias intersubjetivas, dejándolo incapaz de conectarse con otras personas de manera significativa. Stern cree que esto puede ser la base del trastorno de personalidad narcisista y del trastorno de personalidad antisocial. Alrededor de los 15 meses, el bebé desarrolla la capacidad de representación simbólica y lenguaje, por lo que se vuelve capaz de crear representaciones mentales abstractas complejas de experiencias. Esto facilita la intersubjetividad, pero cambia el enfoque del niño hacia aquellas cosas que pueden representarse y comunicarse con lenguaje. Este proceso facilita el desarrollo verbal del sí mismo. Cada sentido del sí mismo corresponde a un dominio distinto de la experiencia interpersonal: el dominio de la relación emergente, el dominio de la relación nuclear, y así sucesivamente. Los sentidos del sí mismo y los dominios relacionales no son fases o estadios sucesivos que se reemplacen o subsuman entre sí. Siguen creciendo y coexistiendo durante toda la vida. En su trabajo, Harold Blum integró los hallazgos de Mahler y Stern con la investigación posterior sobre el desarrollo (Stern 1985; Pine, 1986; Bergman, 1999; Gergely, 2000; Fonagy, 2000) desde la perspectiva freudiana contemporánea sintética e inclusiva. Blum destacó principalmente los procesos multidimensionales de diferenciación como condición previa al surgimiento del sí mismo intrapsíquico y la representación objetal. A esto le siguieron más integraciones clínicas y teóricas de conceptualizaciones del sí mismo desde el psicoanálisis de niños y adolescentes.
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