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equivocadas surgieron de “la lentitud con que algunos han comprendido que las necesidades del infante no se limitan a [la mera satisfacción de] las tensiones instintivas, por importantes que sean” (1965, p. 86). Aunque emplea la traducción de Strachey de “Trieb” como “instinto”, Loewald pertenece a la escuela del tercer modelo, como lo demuestra la siguiente cita: “Lo que podemos llamar pulsión instintiva, como fuerza psíquica, surge y se organiza primeramente dentro de la matriz del campo psíquico unitario madre-hijo, donde la psique infantil, a través de múltiples procesos de interacción, va separándose y transformándose en un centro relativamente autónomo de actividad psíquica. Desde esta perspectiva, las pulsiones instintivas originales no constituyen fuerzas inmanentes de la psique primitiva autónoma y separada, sino que son resultantes de tensiones dentro de la matriz psíquica madre-hijo y, más tarde, entre la psique infantil inmadura y la madre. Los instintos, en otras palabras, deben entenderse como fenómenos relacionales desde el principio, y no como fuerzas autóctonas que buscan la descarga, cuando por descarga se entiende una especie de vaciado del potencial energético, en un sistema cerrado o fuera de él.” (Loewald, 1972, p. 321f). Loewald también fue muy explícito respecto al tema de la asimetría necesaria en los “dos niveles de organización psíquica” que participan en este proceso: madre/hijo y analista/paciente. El hecho de que Roussillon, en 2013, pueda publicar una ponencia titulada “La función del objeto en la vinculación y desvinculación de las pulsiones”, es un indicador de que estas reflexiones sobre las dos soledades continúan activas, aunque la publicación no contenga ninguna referencia al trabajo de Loewald. La asimetría inevitable de la “situación antropológica fundamental” también fue un tema que interesó mucho a Laplanche (1999), aunque no le preocupaba tanto la domesticación como el carácter sexual perturbador de la intrusión inconsciente del cuidador. Deben tenerse en cuenta ambas funciones para abarcar todo el rango de impacto del objeto sobre el sujeto. En opinión de Seulin (2015), el carácter “demoníaco” de (algunas) sexualidades tratadas por Laplanche y Freud es más una consecuencia del fracaso de la calidad enigmática de los “mensajes” del objeto (ver Stein (2008) para conocer su punto de vista discrepante). Estos autores, agrupados de forma retrospectiva como los impulsores del “tercer modelo”, parecen estar de acuerdo en la relativa ineficacia del trabajo interpretativo clásico cuando se trata de personas que funcionan por debajo del espectro “neurótico”. El valor terapéutico se desplaza a la función del analista, quien actúa como contenedor y propiciador de la capacidad del paciente para sentir, verbalizar y representar. Winnicott escribió sobre “el sostén y el manejo” y la “capacidad de jugar”; Bion (1962a, 1962b) se refirió a la “ensoñación”; Green (2003/2005) propuso la “puesta en funcionamiento de la representación”; Aulagnier (1977) enfatizó el derecho del individuo a tener pensamientos secretos; Reid (2008a, 2008b, 2010, 2015) se refirió al acceso a la transicionalidad y los procesos psíquicos “terciarios”; Roussillon (1991; Casoni et al., 2009; Daoust, 2003) al “medio maleable” y Loewald (1960, 1970, 1971,
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