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‘otras’ personas pueden activar los efectos perturbadores desde el mundo real, o pueden hacerlo desde una ‘presencia’ en el mundo interno del paciente.” (García Badaracco, 2006a, p. 6). La teoría y práctica clínica de Badaracco se basa en las “experiencias de sentimientos vividos” o “vivencias” y presupone que una perturbación emocional tiene que ver con una presencia de los otros en nosotros mismos, que primeramente es externa y luego se hace interna. En este contexto, la enfermedad mental grave es el resultado de las presencias enfermizas y enloquecedoras, que impiden el desarrollo de los recursos yoicos y colapsan el crecimiento psicoemocional. Esto provoca que el verdadero sí-mismo se sienta sofocado y descarte la posibilidad de expresarse desde una “virtualidad sana”. El cuadro psicótico, generalmente precedido por un cambio interno, presenta una “oportunidad para hacer un cambio”, no solo desde el punto de vista del paciente, sino dentro de la dinámica de toda la familia. Al referirse a la teoría estructural del ello, el yo y el superyó de Freud, Badaracco considera que el superyó, el representante intrapsíquico de la sociedad, representa a los demás en nosotros . Badaracco amplía el pensamiento psicoanalítico de la teoría de las pulsiones porque entiende la mente como parte de un campo de interdependencias recíprocas . Entendida de esta manera, la existencia de los otros en nosotros es un fenómeno universal del funcionamiento de la mente humana. La relación de interdependencia de los otros en nosotros que, en su momento, durante la infancia, fue traumática, permanece en el mundo interno de la persona, ejerciendo un poder patógeno y produciendo experiencias patológicas. “…las ‘experiencias constructivas’ son las que condicionan la creación de nuevos ‘recursos yoicos’, mientras que las ‘traumáticas’ condicionan nuevos recursos yoicos patológicos y patógenos, que desarrollan una tendencia compulsiva a la repetición, como si siempre estuvieran buscando una nueva oportunidad, lo que algunos autores han llamado ‘un nuevo comienzo’ (Balint) o un re-desarrollo (Winnicott). Continuando con nuestra forma de pensar, las experiencias traumáticas pueden interpretarse como experiencias que dejan identificaciones patológicas, es decir que condicionan ‘presencias’ de ‘los otros dentro de nosotros’, con el poder patogénico que tuvieron en el momento de la experiencia traumática propiamente dicha” (García Badaracco, 2006b, p. 4). Cuando la necesidad de un niño se frustra o no se reconoce debido a las deficiencias de los objetos parentales, estos pueden convertirse en objetos enloquecedores. A diferencia de Melanie Klein, que considera que el objeto bueno es satisfactorio y el malo solo es frustrante (Klein, M., 1980), García Badaracco afirma que el objeto bueno es el que proporciona –gracias a su función estructurante– las condiciones para que las experiencias frustrantes sean más tolerables y para que las experiencias satisfactorias tengan un límite. Por otro lado, describe el objeto malo como aquel que, debido a su propia deficiencia, no puede proporcionar esos elementos necesarios. En definitiva, el
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