Diccionario enciclopédico de psicoanálisis de la API

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VI. Be. Benzion Winograd Benzion Winograd (1977) considera que en la teoría freudiana de las pulsiones hay distintas fases y niveles, pero que en conjunto presentan una homogeneidad esencial y ausencia de contradicciones conceptuales. Por lo tanto, se debería hablar de una única teorización. Considera que la teoría freudiana de la pulsión de muerte representa el nivel teórico más alto y el más abarcador, ya que puede explicar fenómenos que las teorías anteriores no podían abarcar adecuadamente. A diferencia de Gioia, Winograd sostiene que Freud no consideró el instinto de muerte como una fuente autónoma, necesaria y suficiente de agresión y destructividad. Finalmente, Winograd indica, basándose en el pensamiento interdisciplinario de Eduardo Issaharoff (2001), que ciertos conceptos freudianos de gran importancia explicativa funcionan, en cuanto a su estructuración, de forma probabilística y no determinista (es decir, abiertos a los acontecimientos, no fijados a priori). La configuración Eros–Tánatos se concibe como operando de forma compleja y no predeterminada. VI. Bf. Gustavo M. Jarast En 2006, G. Jarast recibió el Premio FEPAL por su artículo “En contra de la pulsión de muerte”. En él, teoriza que, para Freud (1895), las pulsiones nacen en el vínculo con un “otro”. Cuando Eros falla, la pulsión de muerte va apoderándose progresivamente de la psique, lo que puede llevar a la muerte. Frente al dolor, la energía en reserva se agota y el principio de inercia prevalece sobre el principio de constancia. La pulsión de autoconservación tiende a retornar a su estado inanimado anterior, pero las pulsiones sexuales impulsan hacia la vida, lo cual se consigue a través de la presencia parental que satisface las necesidades amorosas. Las ideas de Jarast encuentran apoyo teórico en el pensamiento de Winnicott y Bion. El ensueño ( reverie ) materno conduce a identificaciones primarias, es decir, al primer vínculo afectivo con otro ser humano. Se desarrolla así la barrera protectora, reguladora de estímulos. Si esto no se consigue, no hay sujeto que pueda experimentar dolor o preguntarse por su angustia, y se produce la cristalización de trastornos de la personalidad, adicciones o perturbaciones psicosomáticas, expuestos a una pulsión de muerte silenciosa, y la sexualidad queda al servicio de Tánatos. El vínculo afectivo puede recuperarse mediante del vínculo de transferencia que actualiza el investimento amoroso del niño, necesario para el desarrollo del Yo y de la subjetividad. La capacidad vinculante materna, cuando está disponible, hará posible neutralizar la pulsión de muerte y utilizarla en la construcción del aparato psíquico. Las fallas graves mantendrán la lógica del principio de inercia, activada en la neurosis. Solo la madre, en primera instancia, y luego el analista –si ambos son suficientemente sensibles– pueden ponerse en el lugar del niño o del niño en el paciente y comprender sus necesidades. Solo entonces, el niño/paciente puede empezar a existir y a tener una experiencia, tal como lo teorizó Winnicott (1967a, b). Jarast también hace referencia a E. Bick, F. Tustin y D. Meltzer. La noción de “piel psíquica” y su función de cohesionar partes del

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