360 UDEM No.3- El Gran Confinamiento

“ N A D I E E S T Á E N T R E N A D O P A R A U N A P A N D E M I A” , R A M Ó N J U Á R E Z , P R O F E S O R E N E L I N S T I T U T O I N T E G R A L D E T A N A T O L O G Í A

cias, miedos y descubrimientos (pág. 40), y por todo, y a pesar de todo, graduarnos (pág. 62). Desde el principio del #QuédateEnCasa hablamos de un gran confinamiento, pero técnicamente no lo es. Un confinamiento consiste en obligar a alguien a vivir temporalmente, en libertad, en un lugar distinto al suyo. En sí, no vivimos uno per se, pero ¿cuántas personas realmente son “libres” en sus casas? ¿Cuál es nuestro verdadero lugar? Para unos, claro, es su hogar; para otros, la universidad o un club deportivo; para tantos más, el convivir todos los días. Tenemos ganas de explorar, pero no se nos permite; queremos platicar, ir, convivir, salir, pero no nos dejan. Y, si lo ha- cemos, nos sentimos culpables por romper una regla impuesta desde aquel 11 de marzo de 2020. PENSAR, NO SENTIR Al principio del confinamiento, no teníamos tiempo para reflexionar, solo para sentir. Entre tantos cambios y nuevas responsabilidades, noticias drásticas (¡a ni- vel global, nacional, local y personal!), no podíamos sentarnos a analizar y ponderar, de entrada, qué de- bíamos hacer. En una entrevista en abril, la intelectual neoyorquina Fran Lebowitz le dijo a The New Yorker que, si pudiera, acudiría a su entrañable amiga, la es- critora y Nobel Toni Morrisson —falleció en 2019— y le preguntaría: “¿Cómo debo pensar esto, Toni? Y me refiero a pensar, no a “¿Qué debo sentir?” En la misma línea sobre el pensar y el sentir, Byung-Chul Han advierte en La sociedad del can- sancio (2010) que estamos ante un reto de extrema positividad y que debemos ver el mundo de la forma más alegre posible. Su conclusión es que esa actitud

es agotadora (y estoy de acuerdo). Trabajamos más que nuestras capacidades y con tanta actividad (so- cial, laboral, familiar, digital, series, películas, música, Instagram, TikTok), el ocio y el aburrimiento dejaron de existir. Y sin ocio no hay pensamiento. Al principio, en pleno caos informativo (clases online , muertes en España, gente cantando en los balcones de Nápoles), nuestra vida era un manojo de nervios, angustias y ho- ras y horas (y más horas) muertas en casa. “¿Cómo debo pensar esto, Toni?” No podíamos. Nos distraían las conferencias de las 7 PM con el subsecretario Hugo López-Gatell, sus frases que se convertían en memes y Susana Distancia; nos concen- trábamos en tratar de analizar el brutal asesinato de George Floyd a manos de un policía —y sus inmediatas protestas en Estados Unidos y todo el mundo—; los videos y videos (y más videos) de qué es el Corona- virus y por qué surgió en Wuhan, si se desató porque alguien comió una sopa de murciélago o si los causan- tes fueron los inofensivos pangolines. Además, las responsabilidades que migraron de presenciales a digitales se volvieron rápidamente te- diosas. La adecuación en línea nos afectó como estu- diantes al tener que incrementar nuestro rendimiento y cumplir con la carga excesiva —sí, excesiva— de ta- reas, ensayos, proyectos. Y todo mientras WhatsApp y las apps de videollamadas se convertían en las salas de nuestras casas y los pasillos de la UDEM. RUMBO A CANCÚN, SIN MIEDO AL COVID-19 Seguramente a todos nos pasó en algún grupo de WhatsApp: uno de nuestros amigos envió el controver- sial mensaje unos días antes de Semana Santa: “Me

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