La saga de la llegada de los coreanos y la Kia Motors a la Sultana del Norte es fascinante por el contraste con olas de migrantes de otras nacionalidades y por su capacidad acelerada de adaptación al nuevo entorno.
Fue esta ola de migrantes la que trajo consigo tanto iglesias evangélicas como escuelas (complementarias a la educación recibidas en las escuelas mexicanas), pro- vocando un boom en la oferta de servicios de vivienda, entretenimiento, atención médica, peluquerías y salas de belleza, restaurantes y cafés, tanto en municipios del área metropolitana (y más cercanos a la planta de Kia Motors), como lo son Pesquería y Apodaca, como en otros más distantes, como San Pedro Garza García, adonde llegaron a residir los directivos y empleados de mayor nivel económico. Según estimaciones informales de la misma comu- nidad (no hay una cifra oficial), hasta 2020 había apro- ximadamente 3 mil residentes surcoreanos en la zona metropolitana de Monterrey 2 y unos 300 negocios fueron emprendidos por iniciativa propia. Con ellos han llegado médicos, maestros y pastores coreanos que les suministran servicios de salud, educativos y alivio espiritual. No es la comunidad coreana más numerosa en México, pero sí la de mayor actividad económica, comentario que escuché en pláticas diversas con empre- sarios coreanos. En poco más de media década, la saga de la llegada de los coreanos y la Kia Motors a la Sultana del Norte es fascinante por el contraste con olas de migrantes de otras nacionalidades y por su capacidad acelerada de adapta- ción al nuevo entorno. Nos deja lecciones en ambos sen- tidos: para los municipios que los recibieron, el enorme reto del crecimiento acelerado de vivienda y vialidades, servicios y seguridad para los nuevos vecinos. Para los migrantes coreanos, una dura prueba a su capacidad de adaptación a la cultura regiomontana y la necesidad de
agruparse en una comunidad que los apoye y los conecte mejor con las autoridades y la sociedad. Con el afán de aportar elementos a la comprensión de este fenómeno, doy mi testimonio de las interacciones que he tenido con los coreanos y de mi asombro ante su capacidad de adaptación: estoy convencido de que llega- ron para quedarse a tierras nuevoleonesas. De Pesquería a “Pescorea” “¿Cómo se dice “vulcanizadora” en coreano?”. No tardó en averiguarlo Manuel, dueño de un negocio pequeño de repa- ración de llantas en una calle del municipio de Pesquería, que quedaba rumbo a la planta de Kia. Como la llegada de la gigantesca factoría tomó completamente desprevenida a la autoridad de un municipio cuyo presupuesto público no era suficiente para proveer servicios municipales a la escala demandada por la nueva planta, no hubo oportuni- dad, por ejemplo, de pavimentar sus calles, llenas de baches, piedras y hoyos. A cada rato, a la “vulca” llegaban clientes extranjeros que, principalmente a señas, le pedían que les arreglara las llantas ponchadas. De tal manera que Manuel se fue haciendo de una clientela de migrantes surcoreanos que, con sus flamantes autos nuevos, sufrían los rigores de las calles del pueblo. Ingenioso, Manuel le pidió un día a uno de sus clientes —al que mejor hablaba español— que le dijera cómo se decía “vulcanizadora” en su idioma, a lo cual, de buen humor, no solo le contestó, sino que le ayudó a escribir un letrero traducido al coreano sobre la vulcanizadora y los servicios que ofrecía. La planta de Kia Motors 3 y su empresa hermana Hyundai Motors tienen planes para armar autos de ambas marcas en Pesquería, mediante la ampliación de
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