Diccionario enciclopédico de psicoanálisis de la API

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Geneviève Haag (2018), quien se encuentra estudiando la diferencia entre la identificación proyectiva y la identidad adhesiva en patologías autistas.

IV. APLICACIONES SOCIALES, CULTURALES Y POLÍTICAS DE LOS PROCESOS PROYECTIVO-IDENTIFICATORIOS

El concepto de identificación proyectiva ha sido utilizado por algunos autores psicoanalíticos para ayudar a comprender fenómenos como el abuso, el prejuicio maligno y el genocidio. Vamik Volkan (1988) ha escrito extensivamente sobre la cuestión de por qué la gente comete asesinatos en nombre de sentimientos étnicos, nacionales, religiosos o ideológicos compartidos. Siguiendo el libro de Freud, Psicología de las masas y análisis del yo (1921), Volkan (Varvin y Volkan, 2003; Volkan, 2014a, Volkan, 2014b) se centró en la psicología de los grandes grupos y las formas en que estos grupos lidian con la vergüenza a través de la negación, y el fomento de la identidad a través de la externalización y la proyección. Acuñó el término “depósito” para ayudar a explicar cómo la ira se transmite de generación en generación: cómo adultos traumatizados por experiencias como la guerra o los genocidios que amenazan las identidades de los grandes grupos, depositan autoimágenes traumatizadas en las psiques en desarrollo de sus hijos. Grotstein (2004), desde una perspectiva bioniana, señala el uso desenfrenado de la identificación proyectiva que emplearon los colonos para subyugar a los pueblos indígenas, basándose en un presunto imperativo moral para purificar a los paganos. Kernberg (2003a, b) intenta hacer frente a la violencia social masiva describiendo la necesidad de un gran grupo de identificarse con un líder carismático para cumplir con su yo ideal y adoptar una rigidez ideológica paranoide. Un “otro” que se deshumaniza y se convierte en depositario de toda la “maldad” proyectada, no sólo justificando una violencia espantosa, sino elevándola a veces al nivel de un imperativo moral. El libro de Susan Grand , The Reproduction of Evil (2000) [La reproducción del mal], emplea un enfoque relacional contemporáneo para comprender la naturaleza del mal a nivel interpersonal, ya que este funciona en la relación entre perpetrador y víctima. Describe el proceso a través del cual el “asesinato del alma” de una víctima genera la formación de un “no sí mismo” insoportable, que sólo puede ser erradicado a través de una transformación en un perpetrador que ha evacuado este aspecto deshumanizado sobre su víctima. Grand explica que la “otredad” que requiere la creación de una vida humana sacrificial comporta la formación de una relación “yo-ello” (Buber, 1937) mediante la cual el oprimido pierde su humanidad transformándose en una cosa. Esta cosa-víctima debe entonces ser destruida, puesto que se ha convertido en el depósito del “terror” del perpetrador. De esta manera, Grand puede explicar vívidamente cómo se crea y reproduce el mal a través de generaciones, lo que, a su vez, ayuda a comprender cómo las personas llegan a odiarse y destruirse entre sí.

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