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señaló además que la naturaleza patógena de estos sucesos infantiles sólo existía mientras permanecieran inconscientes (ibíd., p. 211). Sin embargo, más adelante, en su famosa carta a Wilhelm Fliess del 21 de septiembre de 1897, Freud escribió: “Ya no creo en mi neurótica [teoría de la neurosis]” (Freud, 1897, p. 259). Su “innegable comprobación de que en el inconsciente no existe un ‘signo de realidad’, de modo que es imposible distinguir la verdad frente a una dicción afectivamente cargada,” hizo que Freud tuviera dudas sobre su teoría de la seducción (ibíd., p. 260). A partir del análisis de sus propios sueños, Freud formuló una idea crucial el 15 de octubre de 1897: “Se me ha ocurrido sólo una idea de valor general. También en mí comprobé el amor por la madre y los celos contra el padre, al punto que los considero ahora como un fenómeno general de la temprana infancia, aunque no siempre ocurren tan prematuramente como en aquellos niños que han devenido histéricos. […] Cada uno de los espectadores fue una vez, en germen y en su fantasía, un Edipo semejante y ante la realización onírica trasladada aquí a la realidad de todos retrocedemos horrorizados, dominados por el pleno impacto de toda la represión que separa nuestro estado infantil de nuestro estado actual” (ibíd., p. 265). Pero, poco después, volvió a presentar casos conmovedores de violencia sexual y, en otra carta a Fliess, anunció (citando el “Mignon” de Goethe) un nuevo lema: “¿Qué te han hecho, pobre criatura?” (Freud, 1897, p. 289; Goethe 1795/96). Sin nunca abandonar por completo el trauma etiológico, sus ideas tambalearon, pero, a pesar de todas las dudas sobre las consecuencias psíquicas del recuerdo de la seducción traumática, a partir de 1897 se atuvo a una sola idea, y es que los “síntomas neuróticos [de su paciente] no se anudaban de manera directa a vivencias efectivamente reales, sino a fantasías de deseo, y que para la neurosis valía más la realidad psíquica que la material” (Freud, 1925, p. 34). Para él, el concepto de trauma se oponía a la representación de fantasías infantiles ilusorias impulsadas por pulsiones arraigadas en el mundo “interno”, organizadas de forma conflictiva entre el deseo incondicional y la prohibición. En tal caso, el sujeto racional de la ilustración se toparía con un yo impulsado por deseos inconscientes que responden a un entorno del cual es extremadamente dependiente al comienzo de su vida. El punto de contacto de esta dinámica es el conflicto edípico, causado por los impulsos de amor y odio hacia nuestros objetos primarios. En 1925, Freud recordó que por ellos “me topé por primera vez con el complejo de Edipo , destinado a cobrar más tarde una significación tan eminente, pero al que todavía no supe discernir en ese disfraz fantástico” (Freud, 1925, p. 34, énfasis en el original). El resultado de la crisis edípica conflictiva es una parte constitutiva de la dinámica de la vida psíquica y sus manifestaciones. En cuanto al tema del trauma frente al conflicto , Freud adoptó diferentes posiciones. Por ejemplo, previamente, en sus lecciones había señalado “que entre la intensidad y el efecto patógeno de los sucesos de la vida infantil e iguales caracteres de los correspondientes a la vida adulta existe una relación de complemento recíproco idéntica a la que comprobamos en las series precedentemente estudiadas. Hay casos en los que el principal factor etiológico se halla constituido por los sucesos sexuales de la
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