A pesar de los incrédulos el fenómeno, que no se sa- bía si era de ultratumba o no, se repetía todas las madrugadas. Generalmente, se oía el rechinar de una carreta, que aparentemente era sin bueyes, has- ta llegar a la esquina maldita donde el ruido desaparecía y no se volvía a oír más hasta la madrugada del día siguiente cuan- do el proceso se repetía, siempre entre las tres o cuatro de la mañana. Exactamente a mitad de la cuadra de la calle de tierra, por don- de tenía que pasar la carreta a la esquina supuestamente mal- dita, vivía un muchacho adolescente llamado Joelito, quien a pesar de su corta edad vivía intrigado por ese misterio. Hasta se posó a dormir una noche al cuarto de su casa que daba a la calle para poder oír el ruido infernal. Se acostó muy temprano para dominar el sueño en la madru- gada y estar como dicen con la paja detrás de la oreja. Comprobó que era cierto lo que decían: como entre las tres y las cuatro de la madrugada, se oía el rechinar de una carreta moviéndose y hasta llegar aproximadamente a la esquina el ruido desaparecía. Oyó todo con mucha atención, pero no se atrevió a mirar detrás de la ventana, por el temor que le pro- ducía lo ignoto o lo desconocido y la posibilidad de quedarse ciego, como afirmaba ¨Pata de Lora¨ que le pasó a don San- tiago El Cieguito por curioso, al observar lo que pasaba en la esquina maldita. Este hecho se repetía casi todos los días a excepción de los do- mingos y días feriados. Según parece Satanás que era el con- ductor de esa carreta si bueyes descansaba en esos días. Pasó el tiempo y el proceso se repetía sin falta en esos días y las especulaciones que trataban de explicarlo iban y venían. Tiempo después, el padre de Joelito que trabajaba como agente de seguro del Instituto Nacional de Seguros, decidió ir a hacer unas pólizas al puerto de Limón: por lo que tenía que irse muy temprano para tomar el primer tren; único medio de comuni- cación a la región Atlántica que existía en ese entonces.
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