► Asimismo, la expansión de áreas urbanas ha generado una pérdida de suelo fértil y la fragmentación de los sistemas naturales, con afectaciones a la biodi- versidad, a la hidrología superficial y subterránea, incremento en la generación de gases de efecto invernadero, mayor consumo energético y presión sobre el medio rural. En suma, se percibe un aumento del deterioro de los ecosistemas y disminución de los servicios ambientales (Implan, 2020). ► El modelo de crecimiento urbano tendencial de la ZMM es fragmentado y dis- perso, por lo que, en caso de no aplicarse las medidas de planeación adecuadas, continuará impactando con grandes costos económicos, sociales y ambientales. ► Baldíos urbanos. En el caso de Morelia es significativo el nivel de espacios bal- díos al interior del área urbana, que es de 3 628 hectáreas, lo que ocupa 23% de la superficie; eso es casi 34 000 predios de diferentes dimensiones que son susceptibles para edificar vivienda, considerando la infraestructura y servi- cios con que cuentan (Implan, 2020). El modelo econométrico desarrollado por Valdivia (2020) permite señalar que existen las condiciones urbanas para impulsar la estrategia de densificación al identificar las capacidades de soportar una población adicional de manera diferenciada de acuerdo con el índice de vitalidad urbana (Capsus, 2018; Valdivia, 2020; Implan, 2020). Para el muni- cipio de Tarímbaro se tienen identificados 1 752 baldíos intraurbanos, que en su conjunto representan 96.93 hectáreas (PMDU Tarímbaro, 2016). Sumados los baldíos urbanos de la ZMM dan un total de 49 113 predios en una superficie de 3 725 hectáreas. Además, existen desarrollos habitacionales aprobados que suman 13 361 predios en un total de 1 147.15 hectáreas. En su conjunto, podría señalarse que existe, solo por este concepto, un total de 15 113 lotes en 1 244.08 hectáreas disponibles como espacio considerado urbano o urbanizable. Vale la pena destacar que 70% de estos conjuntos está destinado para la construc- ción de vivienda de interés social, y que fueron autorizados cuando la política federal en la materia favorecía la obtención de subsidios. ► Viviendas deshabitadas. El Inegi (2020) reporta que del total del parque habita- cional existente en la ZMM (380 086 viviendas), 19.4% corresponde a vivienda deshabitada. Es decir, 73 686 casas se encuentran en esta condición, distribui- das de la siguiente manera: Morelia, 61 254; Tarímbaro, 11 241, y Charo , 1 191. ► Movilidad. La mayor parte de los viajes urbanos y suburbanos de la población se hace en transporte público o a pie. Aproximadamente, 40% de la población utiliza el transporte público para sus actividades cotidianas (trayectos al trabajo o escuela); seguido por 30.35% que lo hace caminando; en tanto que 26.16% lo hace en transporte privado (Inegi, 2015). ► El modelo vigente de estructura vial ensancha la ciudad, aunque en su acce- sibilidad e integración como zona metropolitana presenta muy limitadas alternativas viales. ► La dispersión y extensión que ocupan los asentamientos humanos dentro del territorio metropolitano se caracteriza por ampliar distancias, los tiempos de recorrido y costos para el usuario, predominio del transporte particular con la consecuente saturación de las vías, limitadas capacidades en el servicio de transporte público, con una inevitable afectación ambiental y entorpecimiento de su función (Implan, 2020). ► Disminución en la producción y abastecimiento de agua. El cambio de uso del suelo generado por el crecimiento urbano y la actividad agrícola de alta rentabilidad en zonas productoras de servicios ambientales han contribuido al agotamiento de los acuíferos subterráneos por la impermeabilización, sobrexplotación y la disminución de la producción de los principales cuerpos de agua superficiales (Presa de Coíntzio y manantial de la Mintzita), condición a la que se agregan las pérdidas físicas en el sistema de conducción y distribución del agua potable de Morelia, que representa 63% respecto del caudal captado.
Los efectos negativos del crecimiento de la zona metropolitana son evidentes en relación a la disponibilidad de agua para abastecer a la población, por el cambio de
usos del suelo y los procesos de impermeabilización, que disminuyen
la recarga de los acuíferos subterráneos.
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