360 UDEM No.3- El Gran Confinamiento

B I E N V E N I D O A L T E C H O D E Á F R I C A

sobre mí, sino que todo México me impulsa a llegar a mi destino: Gabriel, lo lograste, lo lograste, todo lo que sucedió, los muchos años, los maestros, sus en- señanzas, mi familia, mis amigos, Gabriel, las caídas, las levantadas, la “M”, los volcanes, el letrero de la cumbre del Kilimanjaro, ¡el letrero! Bienvenido al techo de África. Pongo mi mano sobre el letrero y veo mi bandera de México. Es el mejor día de mi vida… y no paro de llorar y sonreír. Volteo a ver a Alen que también sonríe. No dice nada, no tiene que de- cir nada para hacerme sentir orgulloso de tan importan- te aventura. Me siento bendecido por tenerlo a mi lado. Gracias, Alen, hermano de montaña. Sin él, Gabo, no estarías aquí, sintiéndote un gigante. Todo valió la pena . Siempre he sido creyente de que las montañas son lugares espirituales, veneradas por nuestros antepasa- dos y a las cuales se les han dedicado muchas oraciones.

Kilimanjaro es conocido como “Ngaje Ngai” o La casa de Dios. Para aquellos que hemos respondido al llamado de las montañas, es invaluable el momento de la unión de nuestra mente con la naturaleza y las lecciones de respe- to, perseverancia y compasión que nos regalan. El físico austriaco Erwin Schrödinger nombró “Deus Factus Sum” (“me he convertido en dios”) a ese estado de consciencia en el que nuestro espíritu vibra en paz y se une con todo lo que nos rodea. Es ahí cuando el asombro que sentía- mos de niños revive en nuestro interior. Es por esto que, como adultos, nunca debemos olvidar que el mundo es nuestro parque de diversiones. Conforme crecemos, a veces se nos olvida, pero sin estos destellos —como los “diamantes” a mis pies— que nos hacen sentirnos gigan- tes y, al mismo tiempo, insignificantes en una montaña, nuestro espíritu se marchita. Por eso, las siete cumbres. Esto solo acaba de comenzar.

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